De mi travesía a la región andino patagónica en busca de un poco de rosa mosqueta, y los innumerables sortilegios que debí enfrentar (parte 1)


Cierto día, como de costumbre, me dispuse a explorar la alacena que yace sobre la chimenea, en busca de especias necesarias para urdir una sabrosa infusión antes de recostarme a dormir la siesta sobre los tréboles, cuando casi me desmayé del susto al notar que uno de los recipientes estaba vacío...

Entonces me acordé: esa última pisca de rosa mosqueta la había ya consumido aquella larga noche de luna llena, entretenido en una profusa discusión con aquella reina de las noches azules, acerca de cuán ridículos se vieran los faroles que tratasen de imitarla, con sus pálidos destellos de vela a medio consumir. Ya está bien, me dije de inmediato: esto hay que resolverlo antes de que las consecuencias se hagan notar...

Fue así como me dirigí hacia la ribera en que suele bañarse la nutria por esas horas de la tarde. La nutria es una vieja amiga que desde hace tiempo me suele proveer especias, hebras y semillas. Pero grande fue mi decepción cuando me comentó que no le habían repuesto la rosa mosqueta a causa de un piquete de truchas en el Río Desagüadero, que protestaban por la contaminación del cauce. Me recomendó que viajara al norte, para preguntarle al Sapo del Pozo Seco, otro comerciante de especias, que trabaja con distribuidores de La Rioja.

Luego de algunas semanas de travesía hasta el desierto en que se encontraba el susodicho Sapo, y tras confesarle mis ambiciones, el verde amigo (que a decir verdad no daba indicios de cordura tanto en su forma de hablar como en las palabras que pronunciaba), me encomendó a cambio la tarea de recorrer la región en busca de todos aquellos escondites que estuviesen ocupados por sus enemigos mortíferos, los ofidios. Me encargó que los indicara en un mapa y se lo diera a conocer de inmediato.

Una vez terminado el rastrillaje, estaba ansioso por saborear aquel merecido néctar, que diera su nombre a los tres caballeros de la antigua francia, por él llamados mosqueteros. Mas mis ansias se vieron nuevamente opacadas, ahora debido a una nube de perplejidad que surgió al recibir del Sapo, en vez del preciado fruto, unos minúsculos restos fósiles de edad incierta, que el verde me extendió diciendo: “cancrinella aff. farleyensis: es mejor que la rosa mosqueta; posee mayor valor bioestratigráfico…”

Si me detuviera a expresar todas las injurias que proferí contra aquél baboso cara de globo, senil, mal amigo y traicionero, debería extender mi relato en dos volúmenes, por lo cual, prefiero abstenerme de reparar en tales detalles.

En la próxima ocasión he de narrarles más sortilegios, que salieron a mi encuentro al dirigirme en extensa caminata hacia el sur, para buscar por otros medios la calavera de cristal, digo, un poco de rosa mosqueta…

2 comentarios:

Gengibre dijo...

oh...con que allí te encontrabas eh??? sí, ese sapo del pozo es de lo más traidor (tanto que escribo su nombre con minúscula).
Recuerdo aquuella vez en que por unos pocos microgramos de extracto de algas tuve que pasarle ungüento por cada una de sus
verrugas
berrugosas
verrugeantes
berrugonas
verrberrerberbevevr , experiencia que no recomiendo ni deseo a nadie excepto a ese ser indeseable del pozo...

Oz Vega dijo...

Mi Gengibre de la vida!!!
Cómo te diste cuenta que estaba de regreso???
Te lo dijo el erizo??? el pato???? Seguro que fue el pato eh!!!
Ahhhh y me encanta ese nuevo fondo que tienes... tanto tiempo estuve invernando???