De mis andanzas por la ciudad de grandes humos en busca del paraguas perdido (Parte 1)

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Todo comenzó la semana pasada, cuando me encontraba disfrutando de un apacible domingo en aquel lugar rodeado de álamos que solíamos frecuentar con Vinagre, el pequeño gnomo coloradito y aquel guitarrista, en esas tardes de locura juvenil y creación artística. Quién diría que a partir de esa tarde las vagas proyecciones que yo tenía para la semana siguiente se esfumarían como el humito que despide un tacita contenedora de infusión de boldo, carqueja, alcachofa y etc (todavía le tengo desconfianza a ese etc que se anunciaba en la fórmula de composición). Sí, mis queridos duendes y animales, el tubo telefónico sonó y despertándome de mi eterno cabeceo de las 15:25 me avisó que debía emprender viaje a la ciudad de grandes humos y buenos aires. Los motivos que impulsaron y fundamentaron mi inesperada partida no son tan relevantes como las verdaderas intenciones que deseaba llevar a cabo. Es por esto que no desperdiciaré tiempo ni líneas explicitando los por qué y procederé a continuar con mi relato.
Así es que llené con algunas pertenencias y herramientas necesarias mi gran pañuelo rojo a lunares que luego até a un palo que me eché a la espalda, y emprendí mi camino por pantanosos e inciertos terrenos. En mi pañuelo cabían perfectamente un frasco con ungüento de trébol de 3 hojas y media, un despertador con su respectivo destornillador, una tarta blanca (siempre útil en caso de encontrarme con esos indeseables guzznags), mi siempre compañero frasco de botones, y un pequeño mapa de la ciudad con el que planeaba prender un fueguito en cuanto se me acabara la luz que emitía el despertador.
Después de una larga y cansadora travesía, logré llegar a la ciudad. Para ello debí colarme en la bodega de un micro que me acercó alrededor de 200 Km. Podrían haber sido más, pero me descubrieron en cuanto empecé a gritar intentando imitar el apasionado cantar de las grullas japonesas en época de celo. Luego me crucé con un cerdo que se ofreció a llevarme en su lomo con la condición de que dejara de gritar. Así es como después de 12 hs llegué a destino (sí, amigos, los cerdos pueden ser muy veloces cuando sus tímpanos se encuentran ante peligro eminente). Me despedí de mi amigo el chancho con la esperanza de volver a verlo. Una vez allí me fue fácil ubicarme, claro, al haber viajado en solo 12 h, no me fue necesario prender fuego al mapa, además, en la bodega del micro aproveché para hurtar un par de alfajores, un GPS y un pirulín que le arranqué a un erizo mientras dormía...
Ya solo me faltaba dirigirme hacia la gran X roja marcada en mi mapa, donde se encontraba el paraguas perdido...